El mundo sin Ozzy Osbourne

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¿Qué escondía ese rostro dolorosamente expresivo durante la ceremonia de despedida del Black Sabbath original, en su natal Birmingham, hace escasas semanas? Para quienes lo quisimos con sus claroscuros, y compartimos tantas aventuras junto al personaje desde hace más de cuarenta años, algo no estaba bien. Nos hacía volar, pero un halo extraño lo envolvía. Tal vez ese ángel del que tanto se habla. En cualquier caso, la noticia estremece.

Para quienes transitamos las cinco décadas, es difícil determinar si primero nos entusiasmamos con el Black Sabbath de John Michael “Ozzy” Osbourne -los ocho primeros discos de la banda, editados tardíamente en la Argentina, grabados entre 1970 y 1978- o si, como es más probable, nos encandilamos con Diary of a Madman, su segundo disco solista y primer gran acierto global, allá por 1981 o 1982. De hecho, Blizzard of Ozz, su revolucionaria primera placa en solitario (publicada en 1980, acompañado por un verdadero dream team: Lee Kerslake en batería, Bob Daisley en bajo, Don Airey en teclados y el tempranamente desaparecido Randy Rhoads en guitarra), llegó antes a las disquerías cordobesas que vendían o grababan discos importados por encargo, que a los circuitos comerciales habituales.

Recapitulemos. Ozzy fue despedido definitivamente de Black Sabbath en 1979, con 31 años de edad y 12 de trabajo en la banda. La causa: era un desastre ambulante. Acompañado por su segunda esposa, Sharon Arden -hija de Don Arden, representante de su ex banda y férrea gestora de su renacimiento artístico- se lanzó nuevamente al ruedo, mientras sus antiguos compañeros sumaban al ex Rainbow Ronnie James Dio.

Si Blizzard of Ozz lo muestra en excelente forma (recordemos canciones como “Crazy Train” o “Mr. Crowley”), Diary of a Madman lo presenta superlativo. Temas como “Over the Mountain” o el que da nombre al álbum sonaron todo el mundo. Las épicas giras, que por entonces no solían incluir América del Sur, nos llegaban como leyendas a través de revistas, pero nos hacían soñar.

Cantábamos sus canciones sin vergüenza, y tampoco nos molestaba disfrutar de las baladas que Ozzy se animaba a incluir desde temprano: ya en Blizzard… estaba “Goodbye to Romance”, abriendo la tradición de los “lentos pesados” que ninguna banda del género eludiría después.

La trágica muerte de Randy Rhoads en 1982, mientras piloteaba por diversión una avioneta durante la gira de Diary…, volvió a ponerle un límite personal a Ozzy. Su respuesta artística fue más que generosa: el disco doble en vivo Speak of the Devil, con versiones de clásicos de Sabbath, lo mantuvo en carrera. En esa placa, Brad Gillis ocupó el lugar de Rhoads con una fidelidad notable al estilo de Tony Iommi, acompañados por Rudy Sarzo y Tommy Aldridge en la base rítmica.

En 1983, con el debut del guitarrista Jake E. Lee (ex Ratt), grabó Bark at the Moon, uno de los puntos más altos de su carrera. El disco salió a la venta el 10 de diciembre. En Argentina, era la hora del retorno democrático con Alfonsín. En casa, celebrábamos mi cumpleaños.
 

Reinvenciones

Mientras tanto, Black Sabbath seguía funcionando con distintos vocalistas: Dio, en algún momento amenazado de muerte por Ozzy según las fábulas, con quien grabaron discazos como Mob Rules, Heaven and Hell o Live Evil; Ian Gillan (ex Deep Purple, con quien produjeron Born Again, sin el éxito esperado); Glenn Hughes (otro Deep Purple), Tony Martin y otros. Ozzy, por su parte, publicaba discos como The Ultimate Sin (1986), No Rest for the Wicked (1988), No More Tears (1991) y tantos otros, certificados con platino u oro, junto a músicos de la talla de Zakk Wylde, Robert Trujillo, Carmine Appice, Randy Castillo y Tommy Clufetos, entre muchos.

El clima entre Sabbath -ahora liderado por Tony Iommi- y Ozzy era caótico. Pero, por algún giro inesperado, llegó la paz. El testimonio de ese reencuentro es el disco Reunion (1998), grabado en Birmingham en diciembre de 1997. Joyas como “Into the Void”, “Fairies Wear Boots”, “Snowblind” o “Sabbath Bloody Sabbath” sonaron renovadas en un directo inolvidable.

En los 2000 aparecieron discos solistas como Down to Earth (2001) o Black Rain (2007). También se diversificó, protagonizando junto a su familia el exitoso reality The Osbournes (2002–2005), por la señal MTV. Las complicaciones de salud y los excesos continuaron, pero nada impidió un nuevo regreso a Sabbath en 2013, para grabar el disco 13, que trajo consigo una gira mundial.

Durante ese tour, concretaron en el Estadio Único de La Plata en un concierto memorable, donde Megadeth fue un acto soporte a la altura. También pasaron por Córdoba, en el Orfeo Superdomo, haciendo vibrar a varias generaciones.

En 2020, Ozzy publicó Ordinary Man. Dos años después, lanzó Patient Number 9, completando trece discos como solista. Ganó cuatro premios Grammy y forma parte del Salón de la Fama del Rock and Roll tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido, tanto como parte de Sabbath como por mérito propio. Vendió más de cien millones de copias a lo largo de su carrera.

Intentamos retratar aquí a un pionero. Un inventor, junto a Black Sabbath, de una forma de tocar, cantar y decir. En su carrera solista entendió como pocos los cambios que se avecinaban y supo ubicarse siempre en base del paradigma. Fue, además, un maestro de absorber lo mejor de cada músico que lo acompañó.

El llamado “ángel de las tinieblas”, nos enseñó a ser adolescentes en un planeta en crisis. A no tener miedo de decir que nos apasionaba el rock. A entender que un andar rebelde o despreocupado no era un signo de inmadurez o superficialidad, sino una forma profunda de acercarnos al mundo.  

Osbourne, el nacido en una ciudad portuaria, hijo de obreros, hecho desde abajo y finalmente dueño de la cima, nos llevó a volar… y ahora, finalmente, se ha ido.

El vacío es inmenso.

Y si la noticia nos arranca un suspiro o una lágrima, démosle permiso. El viejo Ozzy se lo ha ganado.
 

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