Con todas las entradas agotadas, y un aura de expectación difícil de contener, Vega ha regresado esta noche a su ciudad, a Córdoba, para encender el corazón del Gran Teatro con Ignis, su obra más valiente, íntima y revolucionaria. No ha sido un concierto al uso. Ha sido una ceremonia musical donde cada canción se ha convertido en acto, cada silencio en latido, y cada mirada en comunión. Cerrando la primera semana del Festival de la Guitarra, la artista ha presentado en directo un proyecto concebido desde la raíz de lo esencial: la música como ritual, como refugio, como llama que arde lenta contra la fugacidad del instante.
Al cruzar las puertas del Gran Teatro, cada asistente ha recibido un clavel blanco, un gesto simple pero delicado y que ha convertido la entrada en un ritual íntimo, casi sagrado, como si se tratase de la bienvenida a un lugar donde el tiempo se detiene y solo importa la música, la emoción y el recuerdo. Así ha comenzado la noche: con una flor en la mano y el corazón dispuesto. Veintiún años después de su primer concierto en Córdoba, Vega ha regresado a casa visiblemente emocionada, arropada por un público que no solo la admira, sino que la siente suya. Su directo ha sido impecable, depurado y poderoso, con una interpretación vocal que ha rozado la perfección sin perder nunca su alma y esa voz que la caracteriza. A su lado, una banda de músicos excepcionales -los mismos que grabaron el álbum- ha tejido un paisaje sonoro rico, envolvente, con momentos de pura magia compartida.
Pero más allá de la ejecución técnica, lo que ha marcado la diferencia ha sido la emoción. Vega se ha entregado por completo, se ha abierto en canal con cada canción y con cada historia, como si cada palabra cobrara nuevo sentido al ser cantada en su tierra. En uno de los momentos más entrañables de la noche, ha invitado a subir al escenario a un grupo de pequeñas de la Escuela de Ballet Clásico Maruja Caracuel, que han danzado con gracia y ternura bajo la luz cálida del teatro. Ha sido un instante de belleza suspendida, donde generaciones distintas se han cruzado en un mismo lenguaje: el del arte que nace de dentro. El público, conmovido y entregado, ha respondido con una ovación sincera, esa que no solo aplaude el talento, sino también la verdad de quien se atreve a ser.
Cuando las últimas brasas de Ignis parecían extinguirse, Vega ha dejado tras de sí no solo un concierto, sino una experiencia irrepetible, íntima y profundamente simbólica. Lo vivido en el Gran Teatro no ha sido simplemente una actuación dentro del Festival de la Guitarra: ha sido, probablemente, uno de los conciertos más especiales de esta edición y, sin duda, uno de los más importantes (y conmovedores) de toda la trayectoria de la artista. Porque no todos los días se vuelve a casa con un disco ardiendo entre las manos y el corazón lleno de gratitud. Porque no todos los conciertos logran esa alquimia entre verdad, emoción y belleza. Y porque Córdoba, esta noche, no solo ha escuchado a Vega: la ha sentido más cerca que nunca.
Por otro lado, en el Teatro Góngora, el escenario se ha convertido en un verdadero cruce de caminos sonoros con el esperado encuentro entre Sinouj y la guitarrista flamenca Antonia Jiménez. Con el respaldo de la Casa Árabe, la fusión ha cobrado vida en un concierto que ha recorrido paisajes musicales desde las tradiciones árabes e ibéricas hasta el flamenco más contemporáneo.
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