Son las cinco y no he comido

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Tras conocerse el informe de la UCO, solicitado por el juez instructor, en el que menciona hasta 400 veces al secretario de Organización del Partido Socialista, por su presunta implicación en el cobro de comisiones ilegales en contratos públicos, el presidente del Gobierno ha vuelto a recurrir a la vía epistolar para denunciar una operación de ‘demolición moral’.

Después de dos comparecencias de distinto signo, en su carta a la militancia —salmo con sabor a ceniza— ha pasado de pedir perdón a exigir disculpas, al sentirse ‘asediado por la derecha’, a la que, obviando el papel del Tribunal Supremo, acusa de filtrar la investigación de la Guardia Civil “para derribar a un gobierno legítimo”.

La salud democrática exige explicaciones a esta insinuación. Si, como sustenta, esa es la prioridad de la derecha, resistirse a la alternancia sería un imperativo moral.

Ha invocado —como exigencia democrática— el bloqueo de la alternancia política, «hay que impedir que la derecha gobierne», con el respingo de un pensamiento autoritario: “no puedo consentir que se equivoquen los españoles echándome».

Del perdón…  En su primera reaparición, eligió la sede del partido —donde no daba una rueda de prensa desde que asumió la jefatura del Ejecutivo— para dejar claro que se trataba de un asunto ajeno al Gobierno.

Con gesto compungido, arqueando las cejas y apretando la mandíbula, se acercó al atril de “España responde”, fingiendo sorpresa ante lo que —dijo— acababa de descubrir esa misma mañana: la catadura moral de un íntimo colaborador.

En su papel de víctima autoproclamada, sin reparar en que la clemencia reiterada no exime, dedicó veinte minutos a pedir a los ciudadanos —hasta ocho veces— un contrito perdón, por haber confiado en su lugarteniente.

¿A quién pretende convencer de que, tantos años después, se entera ahora de las tropelías de quien ha sido su plenipotenciario ante un prófugo de la justicia, con quien ha negociado los siete votos de la investidura?

Despachó su responsabilidad anunciando medidas implacables: una auditoría externa y una gestora de transición. Alguien atento a sus promesas le recordó: “Amigo, la auditoría externa te la está haciendo la Justicia».

Sin olvidar que el éxito de un manipulador depende del grado de ignorancia de sus seguidores, esta vez la montaña volvió a parir un ratón.

Son las cinco y no he comido / .

…al contraataque . El encierro en una finca propiedad del Estado —siete mil hectáreas, en Los Yébenes (Toledo)— habría servido para reflexionar sobre cómo reaccionar ante una bomba de racimo que ha hecho estallar el relato de la “cacería judicial” y, de paso, reorganizar la defensa.

De paso, en Quintos de Mora se habría articulado el contraataque de un presidente en apuros agudizando el frentismo: “expulsión aplazada del exministro”, “explicaciones peregrinas del apagón”, “carta a la OTAN, desmarcándose del 5%”. Con lo que intentaría desviar el foco y contentar a su izquierda.

De ahí, el giro discursivo que compendia la segunda comparecencia: “Españoles, tranquilos, ya se me ha pasado. No me quiero ir, y los que opinen lo contrario que me derroten”. En su última alocución pronunció 30 veces la palabra «yo” (Varela dixit).

En la plácida negación de la realidad, se presenta como un dirigente limpio. Porque, según él, la limpieza consiste en baldear la corrupción —limitada a tres manzanas podridas que lo engañaron—no en evitar que se produzca. Y sostiene que el partido que lidera sigue siendo la única (no la mejor) opción para gobernar España.

Anteponiendo su supervivencia —política y personal— a los intereses del país, ha anunciado que no dimitirá, ni convocará elecciones, ni se someterá a una cuestión de confianza.

Con esa lógica, y una dosis equivalente de arrogancia, la democracia sólo es válida si él gana. Como ahora no ganaría, se niega a convocar elecciones.

El aroma de la financiación ilegal —sin evidencias y negada con rotundidad— y el término ‘organización criminal’, irradian a toda la estructura, cuyos límites no son difíciles de trazar.

Seguirán las revelaciones. Nadie en su sano juicio puede sostener que han terminado los develamientos. Con cientos de grabaciones de quienes se sienten utilizados y ya no tienen nada que perder, es poco probable que se interrumpan contriciones sobrevenidas. Al tiempo que se refuerza la colaboración con la Justicia para rebajar posibles condenas.

¿Vale acaso alegar ignorancia, poner cara de póker y mostrarse víctima de un engaño? La responsabilidad no se delega ni se elude. La única razón por la que no se convocan elecciones es para no perderlas.

Llega el verano, época propicia para los ajustes, y no está de más preguntarse cuánto tiempo podrá la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil seguir accediendo a los suburbios del poder, donde anida la corrupción.

No hay peor corrupción que la que se perpetúa ni cabe calificar lo ocurrido como una anécdota. Si era una corrupción consentida ¿se ha ido tapando por razones inconfesables?

Una frase quedará para los anales del sanchismo: “Señores, son las 5 de la tarde y entenderán que aún no he comido, así que me marcho”.

Lo que podría interpretarse como una humorada, hay quien lo ve como el estupor fingido de quien se siente mesiánico y providencial: “No soy yo, son ellos”.

¿Qué clase de sociedad es esta que acepta que, quien está llamado a dar explicaciones sobre una trama de corrupción abandone una rueda de prensa, simplemente porque tiene hambre?

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