Lo cultural

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Sigo con Samuel Pepys, cuesta dejar su ‘Diario’. Lo cierto es que no sé si en algunas páginas estoy paseando por la Inglaterra del siglo XVII o, en cambio, estoy en estos momentos en la calle de la esquina. Como si una entrada de su obra lo reflejara, leo casi todas las semanas que cierran librerías. Prácticamente todos los días, y en todas partes. Y muchos se lamentan, hasta en las redes sociales se quejan o manifiestan su tristeza por este hecho. Como hizo Pepys tras el fallecimiento de su esposa (Elisabeth St Michel). Pero a mí esos gimoteos de los defensores de la cultura me parecen falsos y hasta forzados. Elevan su pesadumbre al grado de amargura, y la desolación al de melancolía. Y a alguno le pregunto, ¿Cuántos libros has comprado en esa librería antes de su cierre? ¿Cuántas visitas has realizado al establecimiento para oler, para tocar, o para mirar, sin más, los libros? No obtengo respuesta.

Escribe R. L. Stevenson sobre Pepys: «Con demasiada frecuencia tejemos una tela de cumplidos románticos y excusas vulgares; y aunque Pepys fuera tan cobarde y estúpido como algunos le acusaron de ser, tenemos que admitir que nosotros somos tan estúpidos como él, y más cobardes. La pura verdad es que somos demasiado tímidos para reconocer –si no demasiado necios para verlo– lo que él puso sobre el papel sin reservas». He prometido que voy a escribir una columna (otra más y ya van no sé cuántas van sobre ese tema), cuando me encuentre preparado claro está, sobre Julio Mariscal Montes y todos los falsarios cargados de despropósitos, los poetas menores de Arcos de la Frontera. Y lo haré como Pepys, sin pelos en la lengua, tal vez diciendo quiénes fueron y cómo actuaron en realidad los Murciano, y describiendo la poca talla intelectual de los que ahora se hacen llamar seguidores y defensores de Julio Mariscal. Pobrecitos. Sí, pobrecitos.

Cuando haya terminado de leer este texto ha cerrado otra librería. Sí, ha cerrado otra librería. Y no hemos hecho nada para impedirlo. No debemos olvidar que la literatura, el arte en general, es amor, y al amor hay que alimentarlo como si fuera la vía de entrada a la eternidad. Una de las únicas vías posibles, y son muy pocas las que existen.

Por cierto, lo del Planeta no merece ni el más mínimo apunte. ¿Para qué?

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