Darse por vencido? Ni en chiste

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Hay gente que se ahoga en un vaso de agua. Y hay gente que ante un terremoto gigantesco encuentra la sabiduría para ver por cuál rendija ingresa algo de luz. Quizás haya algo de innato en todo esto, pero también mucho de aprendido, de no dejarse llevar por la marea ni de darse por vencido y empezar a respirar agua.

No he vivido -toco madera- situaciones tan límites, no sé cómo reaccionaría. Sí me atravesaron momentos difíciles y siempre intenté que el temor no me paralizara. A eso quiero escaparle, a perder capacidad de reacción. Por alguna lógica, la primera idea que me viene a la cabeza en esos instantes es “Frená un cambio, no vas a encontrar una solución rápida y a todo”. Mejor desmenuzar el problema en varios pasos e ir resolviendo lo que se puede. De a poco, pero de manera incesante. Y aceptar que la realidad no es como uno la soñó sino como el destino o el azar lo quisieron. Y hay que aprender a moldearse.

El otro pilar para moverse en situaciones sin salida se centra en no aislarse, en compartir dolor y dudas. Freud habrá descubierto el inconsciente, pero lo más importante fue darse cuenta de que la palabra cura. Y que encerrarse y no hablar, enferma. Lo supo el catolicismo, con la confesión que consiste en poder decir lo indecible, de ser necesario: se habla ante Dios, mediado o representado por la figura del cura. Pero en el fondo hay un ser humano que te escucha y guía.

La palabra no sólo es un bálsamo para conflictos personales sino también sociales. Por ejemplo, en la Sudáfrica post apartheid se desarrolló una política por la cual quien admitía sus delitos durante la segregación era perdonado en una lógica en la que toda la comunidad se beneficiaba: a la víctima se le reconocía su sufrimiento.

Cuando algo severo nos coloca en arenas movedizas podemos actuar de manera intempestiva, sin entender que quizás aumentamos el daño. Por eso compartir, por eso la necesidad de que haya otros cerca para, al menos, intentar la mejor salida.

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