Gianni Infantino, el mercader del fútbol

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La FIFA, en su afán de ‘bienquedismo’ de señoro, pretende organizar durante el próximo Mundial un partido en defensa del colectivo LGTBIQ+, y para ello las elegidas han sido las selecciones de Irán y Egipto. No había otras. A tiempo todavía están de promover un saque de honor contra el dopaje en el deporte y que lo haga Lance Armstrong. En realidad, ya nada sorprende de una institución sin ambages, cuyo máximo representante, el suizo Gianni Infantino (Brig-Glis, 1970) se ha vendido públicamente a Donald Trump, para el que hizo de manera abierta campaña por su Nobel de la Paz y que le ha generado algún que otro expediente dentro de una FIFA a la que los futboleros miramos siempre con recelo.

La federación egipcia y la iraní, representantes de dos países que condenan la homosexualidad, se han opuesto a la última chaladura de un Infantino que manda en el fútbol con una sonrisa inocente e incoherente: lo mismo le da un Mundial a Arabia Saudí, lo mismo dice que se siente migrante y gay para defender con palabras lo que no hace con sus actos. Le faltó decir que era apolítico, como el personaje de Saza en La escopeta nacional: «Yo apolítico total, de derechas, como mi padre».

Su alianza sin fisuras con el histriónico e insensato Trump ha sido el último desliz de un órgano que se presupone imparcial y se escenificó en el pasado sorteo del próximo Mundial de Estados Unidos, Canadá y México, en el que poco faltó para que le diera al presidente yanqui el Balón de Oro. Porque debe de ser lo único que no esté en su mano…

Por lo pronto la impronta de Infantino quedará patente este próximo verano, en lo que será la última vuelta de tuerca a la gallina de los huevos de oro que es este fútbol moderno. El torneo por excelencia acogerá a 48 selecciones, va Curazao, al que pocos ubican en un mapa, pero puede quedarse fuera Italia. Culpa de ellos, por supuesto, que pueden ausentarse a su tercer mundial consecutivo, pero también de un reparto desigual en las clasificaciones que solo se entiende en cuestión de votos.

Su ascenso definitivo, el de Infantino, un abogado suizo de padres italianos, fue hace una década; hasta entonces era el Poulidor de Platini en la UEFA y en 2016 sería aupado a la FIFA en las elecciones tras el escándalo de Blatter y sus fraudes y sobornos. A Infantino no se le conocen corruptelas y en su haber cuenta con la promoción del Financial Fair Play y la inversión en el fútbol femenino; también el citado aumento de participantes en las competiciones de selecciones y la creación del pasado Mundial de Clubes, polémico por su composición, con varios campeones domésticos ausentes.

El bochorno del Mundial de Catar —cuya designación no tuvo su firma— con el trato a los derechos de los homosexuales, de las mujeres y de los trabajadores migrantes, Infantino trató de mitigarlo con unas declaraciones ambiguas, atado de pies y manos porque reside con su familia en Doha. «Hoy me siento trabajador, hoy me siento árabe, hoy me siento discapacitado…». Sí lleva su sello la elección para la cita de 2034 de Arabia Saudí, adalid de todo lo indefendible. En el futuro más inmediato viene un Mundial multitudinario, carnaza para los más apasionados, con la redonda edición de 1994 en el recuerdo, aquella que comenzó en Chicago con Diana Ross fallando un penalti en la inauguración y que continuó con una enfermera retirando a Maradona del césped. Difícil superarlo como difícil fue superar aquel revés del que nos salen a todos los nombres solos: Luis Enrique, Tassotti, Julio Salinas, Pagliuca.

Entre machistadas, corrupciones y amistades peligrosas llevan bailando años las instituciones de nuestro deporte rey, remozado de tanto en tanto con aparatejos de uso dudoso y alguna que otra norma que molesta más que aligera. Pese a ello, toda la nebulosa que lo rodea tiene su símil con aquella penúltima espantada de Curro Romero, a quien una voz del público le espetó: «La próxima vez va a venir a verte tu puta madre…y yo».

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