Es capaz este Barça de Flick de provocar las sensaciones más insospechadas en quien se adentra en su mundo. A menudo uno cree ver un lienzo surrealista de Dalí, con aquellos relojes que se retuercen, derretidas las esferas porque no hay manera de entender cuán rápido cambia todo. Los goles a favor y en contra se suceden sin remedio, y provocan también la paranoia de unos futbolistas que no saben a qué exponerse. Pero el Barcelona, agradecido por tener a un rematador sin igual como Lewandowski, venció en Vigo tras bajarse de su tiovivo infernal. Y lo hizo con Frenkie de Jong en sus filas, metáfora del desconcierto defensivo del primer acto, pero también del orden alcanzado en el segundo. Aunque no tuvo un buen final el neerlandés, que había recibido lo suyo, pero que, agresivo por un día, fue expulsado cuando la noche se desmayaba por pisar a Aspas.
El Barça, que llega al parón a tres puntos del Real Madrid, se fue de Balaídos con muy buena cara, con un grupo aplicado en ataque y que supo sacar partido del acierto de Lewandowski, autor de tres goles, la insistencia de Rashford, que intervino en tres tantos, y la genialidad de Lamine Yamal, por mucho que tirara un balón al palo ya al anochecer.
Aunque no estaría de más detenerse, decíamos, en De Jong y su doble cara en Balaídos. Marc Casadó, que iba a ser titular, se había lesionado antes de comenzar el partido. Ocupó su lugar Dani Olmo, aunque ubicado en la zona interior que antes ocupaba el ausente Pedri. Así que a De Jong, chico para todo, le tocó esta vez cumplir una función de lo más extraña. No tanto por la denominación de ésta –mediocentro clásico–, sino por la manera en que la desempeñó durante un largo tramo. Quién sabe si por las indicaciones de Hansi Flick, quién sabe si por iniciativa propia.
Borja Iglesias, que era quien debía lanzar a la segunda línea del Celta para desgarrar la avanzada retaguardia azulgrana, era indetectable en la medular. De Jong se puso junto a él. En principio debía molestarle. O intimidarle. La realidad fue bien distinta. De Jong, que lleva ya siete temporadas en el Barça, se puso a defender por detrás de la última línea de su equipo. Ello conllevó que tirar el fuera de juego no valiera para nada, y también que, en las transiciones, se quedara en tierra de nadie. A Borja Iglesias, excelente este inicio de curso, le vio marcar el 2-2 de frente. Pero a un buen puñado de metros.
Antes, el Barça había jugueteado otra vez con su cordura. Tomó el 0-1 porque el nuevo fútbol del ‘frame’ entiende como penalti la mano en pleno giro de Marcos Alonso. Lewandowski, que dejó para otro día su salto de la rana, marcó de penalti. Y el equipo de Flick se enredó en el minuto que vino a continuación. Hubo tiempo suficiente para que Rashford fallara un duelo al sol ante Radu, pero también para que el Celta empatara tras romper Carreira la línea defensiva azulgrana. Ésta estuvo formada por Cubarsí, acompañante de Araujo en el centro, con Balde rompiendo el fuera de juego desde la izquierda. Eric Garcia, sustituto del decreciente Koundé en el lateral derecho y enmascarado tras romperse la nariz en Brujas, estuvo otra vez a un gran nivel.
Estabilidad
El guion se repitió un rato después, pese a que el Barça, con posesiones muy largas, se mostraba cada vez más vivo. Rashford, que venía de disparar al palo, dejó en cueros a Mingueza con un centro con la derecha coronado por Lewandowski. El polaco, en lo suyo y a sus 37 años, admite poca comparación. Cuatro minutos después, clavados, Borja volvía a empatar.
Pero ahí acabó la resistencia del Celta, que acabó asumiendo que el Barça no le permitiría levantarse otra vez después de que Lamine Yamal aprovechara en el tiempo añadido del primer acto otro centro de Rashford, esta vez tras toque de Ilaix.
Fue el preámbulo de la estabilidad alcanzada en el segundo tiempo, donde el Barça asentó su juego. Y lo logró, sí, gracias a De Jong, que fue quien logró ordenador a sus compañeros. O a Fermín, clave en la presión.
El intercambio de golpes desapareció. Y entre Rashford y Lewandowski trajeron la paz el día en que el Barça superó su locura.
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