Esta semana se realizó en Nueva York la sesión de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), donde cada país tiene derecho a hablar y ser escuchado.
Esta 80.ª sesión giró en torno al genocidio palestino, y hubo intervenciones muy contundentes, como la de Pedro Sánchez (España) pidiendo un embargo de armas contra Israel, la de Emmanuel Macron (Francia) reconociendo al Estado palestino, o la de Gabriel Boric (Chile) pidiendo que Netanyahu comparezca frente a la justicia internacional para rendir cuentas por sus crímenes.
Fue sorprendente la actitud de históricos aliados de Israel y Estados Unidos, como Australia, Canadá y el Reino Unido, países que, junto a Portugal, reconocieron al Estado palestino. Ya el año pasado lo habían hecho países como España, Irlanda y Noruega.
Israel se va quedando cada vez más solo, con el único apoyo de Estados Unidos y… la Argentina de Javier Milei.
También sorprendió que, en momentos en que Palestina tiene más apoyo que nunca (más de 150 países la reconocen como Estado de pleno derecho), sus representantes tuvieron que participar virtualmente porque Donald Trump les negó las visas. Una locura nunca vista, porque más allá de lo que se pueda discutir sobre Hamás, que gobierna en la Franja de Gaza, nadie puede tildar de terrorista al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, que gobierna en Cisjordania, Mahmud Abbás. Y la sorpresa y el contraste son mayores, teniendo en cuenta que, en el estrado de la ONU, han hablado personajes históricos mucho más enfrentados con Washington que Abbás.
Foto. AP.
Más allá del concepto que cada uno pueda tener de ellos, Estados Unidos les permitió entrar en su territorio a líderes en momentos de alta tensión, como Hugo Chávez en 2006, cuando estuvo al día siguiente del ex presidente George W. Bush y lanzó aquella recordada frase: “Aquí huele a azufre, porque ayer estuvo el Diablo”.
O aquel recordadísimo discurso de Ernesto el “Che” Guevara en 1964, luego de la invasión de la Bahía de Cochinos y la crisis de los misiles. El propio Fidel Castro estuvo cuatro veces allí. Y ni hablemos de Yasser Arafat, antecesor de Mahmud Abbás, cuando, al frente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), se presentó en el estrado de la Asamblea General con un ramo de olivo en una mano y una pistola en la otra.
En esa oportunidad, ante una asamblea repleta de líderes mundiales, dijo: “No dejen que caiga de mi mano la rama de olivo”.
Esta semana, los discursos más resonantes, seguramente, fueron los dos primeros, por tradición: el de Brasil y el de Estados Unidos. Mientras Luiz Inácio Lula da Silva habló como un estadista, y no solo en nombre de su país sino en nombre del Sur Global, la intervención de Trump rayó en lo patético. Dijo que ésta es “la edad dorada de Estados Unidos”, que el suyo es “el país más fuerte y ninguno se le acerca en economía ni en poderío bélico”, que “la actividad económica y los mercados vuelan” y que él construyó “la mejor economía de la historia del mundo”.
Criticó a la ONU y negó nuevamente el cambio climático. Milei, un día después, se esforzó por repetir cada concepto, pero como los poderosos son ingratos con los obsecuentes, más allá del salvataje financiero, Trump dejó en claro que el poder real pasa por otro lado. En medio de la visible tensión con Brasil, dejó una frase elocuente: “Me crucé en los pasillos con el presidente Lula, hablamos 20 segundos, me cayó muy bien, hay química y nos reuniremos la semana que viene para dialogar”.
En cuanto al representante de la Argentina, Javier Milei no hizo otra cosa que repetir, con palabras parecidas, lo de su “guía” Trump. Más o menos parecido a un estudiante que trata de disimular la copia de internet con algún cambio de expresión, Milei también criticó a la ONU por “zurdita”, nombró cuatro veces a Trump para elogiarlo y dejó en claro su apoyo al genocidio de Israel contra el pueblo palestino.
Pero esos no son los ámbitos que le gustan ni le interesan a Milei. Su éxtasis se centró en las bilaterales con Trump y Netanyahu, en los premios de cartón y en la platita fresca que le habilitaron para que llegue a las elecciones de medio término. Se volvió a la Argentina con lo que fue a buscar: aire para salir del paso en su peor crisis política, económica y financiera desde que asumió hace menos de dos años.
Obtuvo la reunión bilateral con el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. También se reunió con Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel y responsable del genocidio en marcha contra el pueblo palestino. Con la titular del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, y con el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Scott Bessent, quien lo galardonó con uno de esos premios ignotos que se dan entre sí los exponentes de la extrema derecha mundial (en este caso, el premio Global Citizen Award de la fundación Atlantic Council).
Pero el verdadero premio fue el salvataje de 20.000 millones de dólares, casi como los premios que dan algunas empresas al empleado del mes. En este caso, bajo la forma de un swap, ese chorro de plata no es para Argentina sino para que el FMI esté seguro de que el año que viene cobrará los vencimientos de deudas anteriores. Es decir, parte de la timba financiera que seguirá atando, y cada vez más, a la Argentina.
Todo esto puede ser aire financiero para el corto plazo; sin embargo, en lo económico es difícil que se modifique en algo el plan que nos ha llevado a la recesión que vivimos, y en lo político habrá que ver si el gobierno se repone un poco del tremendo golpazo del pasado 7 de septiembre. El próximo 26 de octubre hay elecciones de medio término y el escenario está abierto.
Pero lo que dejó el paso de Milei por Estados Unidos, además de las fotos con sus referentes del norte, fue la imagen de su segunda intervención en la Asamblea General de la ONU. Allí, sus 15 minutos ante un auditorio semivacío fueron dedicados casi por completo a alabanzas hacia Trump y a dejar en claro el alineamiento acrítico y absoluto con Estados Unidos e Israel.
En contraposición, la mayoría de los países de la ONU condenaron el genocidio de Israel y reconocieron al Estado palestino. Estamos hablando, incluso, de países históricamente aliados de Washington y Tel Aviv, como el Reino Unido, Canadá y Australia.
