Lubna Alkanawati, directora ejecutiva de Women Now for Development para las mujeres en Siria, y Roulah Al Rekbie, responsable de la organización en su delegación en el Líbano, han recibido el Premio ICIP del Institut Català Internacional per la Pau por la Construcción de Paz 2025. Con un equipo de más de 200 personas, su labor se centra en los derechos de las mujeres y su participación política en un país en plena transición tras la caída del régimen de Bashar el Asad. En conversación con EL PERIÓDICO, analizan los retos inmediatos y el papel decisivo de las mujeres en la reconstrucción.
¿Cómo ha cambiado la situación para mujeres y niñas tras la caída del régimen?
Roulah Al Rekbie: Antes trabajábamos en Siria pero fuera de las zonas controladas por el régimen. Ahora estamos en todo el país e intentamos registrarnos oficialmente. Nuestro objetivo sigue siendo la defensa de los derechos humanos y feministas, y la participación real de las mujeres en la vida pública. Hoy la presencia femenina en el Gobierno es superficial, sin capacidad real de decisión. Queremos que cada mujer tenga representación política, porque aún persisten violencias graves: violaciones, secuestros, el uso del cuerpo de las mujeres como arma de guerra.
¿Y cómo ha impactado en el trabajo de su organización?
Lubna Alkanawati: Nos hemos expandido. Tenemos unos 200 empleados repartidos entre Siria, Líbano, Turquía y Europa. Lanzamos un proyecto con el Fondo Fiduciario de la ONU para combatir la violencia doméstica en el norte de Siria. Pero también afrontamos divisiones dentro del movimiento feminista: antes nos unía la oposición a Asad; ahora, tras su caída, algunas organizaciones se han alineado con el nuevo Gobierno. Es un periodo de transición en el que buscamos redefinir alianzas. Nuestros ejes de trabajo son claros: igualdad legal, protección contra la discriminación y programas construidos desde las necesidades de base, no desde arriba. Además, los donantes ahora exigen proyectos dentro del país, aunque persisten sanciones, falta de sistema bancario y enormes dificultades logísticas.
El nuevo Gobierno ha nombrado a mujeres en posiciones de poder, pero algunas como la gobernadora del Banco central, han renunciado tras pocos meses. ¿Por qué?
L.A.: Se trata o bien puestos decorativos sin poder real, o bien son mujeres tan afines al régimen que las convierten en títeres. La cuota parlamentaria del 20% para mujeres ni siquiera es obligatoria. La participación femenina que promueven es más simbólica que efectiva. El Gobierno busca proyectar una imagen liberal ante la comunidad internacional, pero en la práctica ni siquiera los ministros tienen poder real, sino que lo ejercen figuras religiosas o militares «en la sombra».
Una joven sostiene una bandera de la oposición con tres estrellas mientras los sirios celebran la caída del régimen del presidente Bashar al-Assad en la plaza Umayyad, en Damasco, Siria. / ANTONIO PEDRO SANTOS / EFE
¿Cuál es la situación de los derechos humanos?
L.A.: No hay un verdadero Estado de derecho: cada zona responde a las órdenes de líderes locales o facciones armadas. En Suwayda, Latakia, Homs, Hama rural, incluso en zonas kurdas o en Idlib, continúan los abusos. Es un periodo de transición caótico y peligroso, con riesgo de nueva guerra civil o de otra dictadura.
En educación y justicia, ¿qué riesgos observan?
R.A.R.: Siria era un Estado laico, pero ahora intentan imponer la sharía (ley islámica) en todas las esferas. No creo que prospere: los sirios son religiosos, pero no fanáticos, y mantienen una relación abierta con la fe.
L.A.: El problema es la ausencia total de vida política. No hay elecciones ni libertad para decidir el modelo de Estado. Si se aprueba en las urnas una constitución islámica, debe ser fruto del debate, no de las armas.
¿Qué papel deben tener las mujeres en la transición política?
L.A.: Debemos liderar. La caída de Asad también es nuestro logro. Hemos estado presentes en lo social, lo político y lo económico. Sin embargo, cuando llegan los logros, nos excluyen y los hombres se llevan el crédito. Eso debe terminar. Ahora surgen iniciativas dentro y fuera de Siria: mujeres que se organizan, hacen lobby, educan sobre la importancia de votar y apoyan listas femeninas. Es un movimiento prometedor que resiste la exclusión.
¿Cómo ha impactado la expansión del conflicto en el Líbano en su trabajo?
R.A.R.: Desde el 7 de octubre la situación es muy dura. Hizbulá controla gran parte del país, Israel bombardea y la violencia se extiende. Las ONG internacionales somos vigiladas y presionadas para no expresar opiniones sobre Gaza. Han aumentado el odio y la discriminación contra refugiados sirios, que no pueden trabajar, obtener residencia o enviar a sus hijos a la escuela. Muchos se ven obligados a regresar a un país que aún no es seguro.
¿Y hasta qué punto el Líbano puede sostener a personas desplazadas, siendo un país tan frágil?
L.A.: El Líbano recibió enormes fondos internacionales para refugiados, sobre todo en educación, pero no se usaron adecuadamente. El sistema sectario lo complica todo. Hay un plan nacional para el retorno de refugiados sirios en el Líbano pero no es viable: las casas están destruidas, no hay empleo ni reconstrucción y persiste la discriminación étnica. ACNUR da 400 dólares por familia, pero esa cantidad no alcanza ni para un mes de alquiler. Se necesita un esfuerzo mucho mayor de la comunidad internacional.
¿Cuáles son las tres prioridades más urgentes para proteger los derechos de las mujeres en Siria?
L.A.: La primera es la rendición de cuentas: cada perpetrador debe enfrentar justicia.
R.A.R.: La segunda, garantizar libertades políticas y personales. Sin derechos políticos no podremos reconstruir el país. La tercera prioridad es garantizar la independencia de la sociedad civil, especialmente de las organizaciones dirigidas por mujeres. Necesitamos apoyo político y financiero: sin nosotras, nadie defenderá los derechos de las mujeres en Siria.
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