Fin de viaje: La ruta del exilio de San Martín

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Dicen que, en la vida, habría que por lo menos tener un hijo o hija, plantar un árbol y escribir un libro. Podríamos agregar algunas cosas más, entre otras, crear una ruta que otros alguna vez quieran transitar. «La Ruta del Exilio de San Martín» no existía, pero ahora sí existe, y ojalá anime a más gente a hacerla, no sólo argentinos, sino también chilenos y peruanos, o de cualquier nacionalidad.

Lo que quise hacer en estas dos semanas fue, por un lado, llamar la atención sobre la condición de exiliado político de José de San Martín, y, por otro lado, rendir un homenaje a todos y todas las exiliadas políticas que tuvieron que abandonar la Patria para salvar la vida, sobre todo en los años ’70 del siglo pasado.

Durante las últimas dos semanas, he ido compartiendo con ustedes las etapas de esta ruta, que fueron básicamente cuatro: Le Havre, el puerto adonde llegó San Martín junto a su hija Mercedes en abril de 1824; Boulogne Sur Mer, adonde murió en agosto de 1850; Bruselas, adonde vivió pobremente entre fines de 1824 y 1830; y finalmente París, donde estuvo más tiempo: 18 años, entre 1830 y 1848. Todo eso lo hicimos con mi amigo Juan Antonio Sánchez Olivares, un poco en motorhome y un poco en bicicleta, aunque se puede hacer en auto, tren o colectivo.

Como resumen y cierre de este ciclo de notas que les presentamos, dos conclusiones sobre los objetivos del viaje.

Homenaje a los y las exiliadas

No existen datos oficiales, como suele ocurrir en los genocidios, porque la represión ilegal es, además de represión, ilegal, por lo tanto, no hay registros formales. Pasó con el número de desaparecidos, aunque se llegó a un consenso social de una cifra aproximada a los 30 mil, basada en los testimonios y las pruebas. Consenso que hoy el negacionismo pone a prueba. Pasa también con el número de ex presos y ex presas, porque no todos estaban blanqueados en las mazmorras de la dictadura. Y pasa también con el número de exiliados y exiliadas.

Según algunos investigadores, alrededor de 300 mil personas tuvieron que exiliarse durante la dictadura para salvar la vida, sin embargo, algunos arriesgan una cifra mucho más alta, que llegaría a las 600 mil personas.

El tema es que sea cual sea la cifra, si la bajamos a tierra, cada una es una historia de vida, y el drama del exilio es una novela sin final. «Somos exiliados hasta la muerte, para siempre»; me dijo en París Laura Franchi, cofundadora de la Asamblea de Ciudadanos Argentinos en Francia. Ella cayó prisionera del terrorismo de Estado antes del golpe, todavía en «democracia». Sufrió la prisión, la tortura, la separaron de su hijita y parió otra hija en cautiverio, perdió a su compañero y deambuló por distintas cárceles durante casi 7 años, hasta poder optar por el exilio en Francia en 1981. Llegó sin contactos y sin nada, pero con la pulsión de vida que la impulsó a reconstituirse, reencontrarse con sus hijas, rearmar una familia con Carlos Argüelles y tener dos hijos más, y hoy vivir una vida feliz en París. Sin embargo, el exilio es una realidad para siempre, como ella dice. Como le sucedió a José de San Martín, que, luego de 26 años de exilio, murió lejos y sin poder volver nunca a su Patria.

¿Autoexilio?

Todavía algunos usan esa palabra, que nos resuena de nuestra niñez por el Anteojito o el Billiken. Pero… ¿qué sería un autoexilio? ¿Decidir irse motu propio, para salvar el pellejo? Entonces es exilio a secas. ¿O es irse sin correr ningún peligro? Entonces es emigración y no exilio. Creo que la palabra «autoexilio» es, lisa y llanamente, una perversión idiomática.

San Martín no se autoexilió, lo cual hubiera hablado muy mal de él. Lo echaron, lo expulsaron, lo mandaron lejos porque molestaba.

Cuando él da el paso al costado en la Entrevista de Guayaquil (julio de 1822), renuncia todos sus cargos en el Perú y se va para Chile, para luego cruzar a Mendoza por el Manzano Histórico en enero de 1823. Su intención era instalarse con su esposa Remedios y su hijita Mercedes en su chacra, alejado de la vida pública. Pero no pudo, Rivadavia (el agente inglés en el Río de La Plata, quien gobernaba en las sombras del gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez) le enviaba espías, le abría la correspondencia y, hasta intentó matarlo un par de veces. Estanislao López le advirtió que el gobierno lo quería encarcelar acusándolo falsamente de corrupción, o matar. Que debía irse.

Tanto lo hostigaba Rivadavia que no lo dejó ir a ver a Remedios que, gravemente enferma, murió en agosto de 1823. Por eso, el 10 de febrero de 1824, en el buque francés La Bayonnaise, se embarcó con su hijita Mercedes. No sabía que nunca iba a volver.

Luego, Rivadavia escribió una carga a su cómplice Manuel García en la que le decía: «El general San Martín está lejos de nuestro país, y eso es lo mejor que nos podría pasar». Una vergüenza.

Pero como buen cobarde, le tenía miedo hasta al recuerdo de San Martín, por eso Rivadavia, ya autoproclamado presidente (recordemos que la Córdoba de Juan Bautista Bustos y otras provincias nunca lo reconocieron como tal) llegó al extremo de disolver el Regimiento de Granaderos a Caballo (se reconfiguró recién 77 años después, en 1903). No tenía que quedar ni el olor a San Martín. Pero no lo logró, y por eso hoy recordamos con reconocimiento a San Martín y no a Rivadavia.

Dos proyectos de país

No eran lo mismo, no son solo nombres de calles, son la grieta de hoy, de hace 20 años, de hace 80 años y de hace 200 años. Son dos proyectos de país totalmente diferentes.

El proyecto sanmartiniano es un país para todos y todas, mirando para adentro, y adentro no sólo es Argentina sino América. Un país para las grandes mayorías populares, la gauchería de aquel momento (indios, negros, mujeres, paisanos, todos y todas). Un país con producción nacional y con un mercado interno que garantice el trabajo para sus ciudadanos.

El otro es el proyecto rivadaviano: un país para pocos, con las grandes mayorías populares excluidas, un país que mira para afuera para romper cualquier rasgo de cultura nacional y de dignidad identitaria, que a su vez justifique un modelo agroexportador sin valor agregado porque no le importa el mercado interno. Un modelo que abre la economía a la importación de mercancías extranjeras con el verso de una libertad mal entendida y que endeuda a la Patria. Un modelo de desigualdad, desocupación, miseria y sufrimiento.

San Martín soñó siempre con la soberanía política, la independencia económica y la justicia social. Es decir, con la felicidad del pueblo. Y lo pagó caro, con un exilio que fue hasta su muerte. Por eso, recorrer la Ruta del Exilio de San Martín, es darle sentido a un proyecto político que está ahí, para desempolvar cuando nos decidamos.

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