Trotsky y la Revolución Rusa. En defensa de su legado

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A 85 años del asesinato de León Trotsky, compartimos el siguiente artículo.

BAJO LA BANDERA DE LA CUARTA INTERNACIONAL

Frente a la bancarrota de la Tercera Internacional, corrompida por el estalinismo, Trotsky se propuso realizar al tarea que consideró la más importante de su vida, la fundación de una nueva organización internacional revolucionaria: la Cuarta Internacional. Ardua labor en medio de una situación profundamente adversa.

El mapa de Europa se teñía de negro con el avance de las hordas nazi-fascistas. Al interior de la URSS, Stalin había consumado el exterminio físico de la oposición de izquierda. En esas condiciones, el mundo se hundía en la vorágine de destrucción nunca antes vista que significó la Segunda Guerra Mundial.

Trotsky es consciente de que la Cuarta Internacional nace «nadando contra la corriente», con muy escasos recursos, apenas conformada por pequeños grupos inexpertos, perseguidos implacablemente por el imperialismo y el estalinismo, quienes se atreven a levantar la bandera del marxismo revolucionario, contra viento y marea.

Poco antes de la fundación de la Cuarta Internacional, Erwin Wolf, quien fuera secretario de Trotsky, durante su estadía en Noruega, muere en Barcelona mientras combatía las tropas franquistas durante la guerra civil española. En Francia, son asesinados por agentes estalinistas: Rudolf Klement, secretario de organización, encargado de los preparativos del Congreso de fundación de la Cuarta Internacional, y luego León Sedov, hijo mayor de Trotsky, quien se encargaba de los contactos clandestinos al interior de la Unión Soviética y de publicar en ruso el Boletín de la Oposición de Izquierda. Estos tres jóvenes camaradas, muertos trágicamente en los albores de la constitución de la Cuarta Internacional, sintetizan el drama de la época y las severas condiciones en que ésta nace.

El 3 de septiembre de 1938, en la localidad de Périgny, en los suburbios de París, Francia, una reunión clandestina funda el Partido Mundial de la Revolución Socialista, mejor conocido como la Cuarta Internacional. Trotsky no estuvo presente, porque no le estaba permitido abandonar México y su vida ya había sido seriamente amenazada. Estuvieron presentes 21 delegados y delegadas en representación de organizaciones revolucionarias de 11 países.

La conferencia se realizó bajo la sombra de los recientes asesinatos y eligió a los tres jóvenes mártires: Wolf, Klement y Sedov, como presidentes honorarios. Junto con Klement desaparecieron informes sobre las labores de grupos trotskistas en varios países. Por razones de seguridad, la conferencia fundacional celebró una sola sesión durante la fecha indicada, y aprobó el Programa de Transición, redactado por Trotsky, que a nuestro criterio es un documento programático muy preciado para el marxismo revolucionario, como continuidad y actualización del Manifiesto Comunista de Marx y Engels.

El Programa de Transición parte por ubicar la crisis de dirección revolucionaria del proletariado, por efecto de las traiciones de la socialdemocracia y el estalinismo, como el principal factor agravante de la crisis mundial, y asume la resolución de esta crisis como la principal tarea que se propone la nueva Internacional.

«Las charlatanerías de toda especie según las cuales las condiciones históricas no estarían todavía ‘maduras’ para el socialismo no son sino el producto de la ignorancia o de un engaño consciente. Las condiciones objetivas de la revolución proletaria no sólo están maduras sino que han empezado a descomponerse. Sin revolución social en un próximo período histórico, la civilización humana está bajo amenaza de ser arrasada por una catástrofe. Todo depende del proletariado, es decir, de su vanguardia revolucionaria(…). La crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria. La economía, el estado, la política de la burguesía y sus relaciones internacionales están completamente esterilizadas por una crisis social. El obstáculo principal en el camino de en el camino de la transformación del estado prerrevolucionario a estado revolucionario es el carácter oportunista de la dirección proletaria: su cobardía pequeñoburguesa ante al gran burguesía y su traidora asociación con ella, aún en su agonía»

Partiendo de este análisis angular, el Programa de Transición es un sistema de reivindicaciones transitorias para tender un puente entre la actual situación y consciencia de las masas populares y las tareas de la revolución socialista. Su eje rector es promover la movilización independiente de la clase trabajadora y las y los oprimidos, así como la construcción de la organización revolucionaria que la dirija hasta la revolución socialista.

«En una sociedad basada en la explotación, la moral suprema es la de la revolución social. Son válidos todos los métodos que elevan la consciencia de clase de las y los obreros, su confianza en sus propias fuerzas, su disposición a la abnegación en la lucha. Son inadmisibles los métodos que inculcan a las y los oprimidos el miedo y la sumisión frente a sus opresores, que ahogan el espíritu de protesta y la indignación o sustituyen la voluntad de las masas por la voluntad de los dirigentes, la convicción por la coacción, el análisis de la realidad, por la falsificación.»

EL ASESINATO DE TROTSKY

El 20 de agosto de 19140, aproximadamente a las cinco de la tarde, en su casa de habitación en Coyoacán, México, Trotsky, a la edad de sesenta años, es herido de muerte por Ramón Mercader, un agente de la policía secreta estalinista (GPU), reclutado para la exterminación de trotskistas durante la guerra civil española.

Con el pasaporte falso de Jacson Monrad, haciéndose pasar por diplomático belga, Mercader, desde el verano de 1938, se convirtió en amante de Sylvia Agelof, ruso-norteamericana que fungía como secretaria personal de Trotsky en México. Poco a poco se fue acercando al círculo familiar de Trotsky y trabando amistad con sus guardaespaldas. Con el ardid de de solicitarle a Trotsky revisará un artículo que supuestamente él había elaborado, el asesino destrozó el cráneo del revolucionario ruso, con una piqueta de alpinista, que ocultaba en su gabán, La muerte se produjo un día después: el 21 de agosto a las 7:25 de la noche.

Joe Hansen, dirigente del Partido Socialista de las y los Trabajadores (PST) norteamericano, lo acompañó en su exhalación final. Escribió las siguientes palabras, publicadas por primera vez en octubre de 1940, en la revista Fourth International:

«Me apoyé en la cama. Parecía que sus ojos habían perdido esos destellos veloces de la enérgica inteligencia tan característica del Viejo. Sus ojos estaban fijos, como si ya no percibieran el mundo exterior, y sin embrago sentí esa voluntad enorme apartando la oscuridad que lo extinguía, negando a cederle a su enemigo hasta haber logrado su última tarea. Despacio, entrecortado, dictó, eligiendo dolorosamente las palabras de su último mensaje a la clase obrera, en inglés, un idioma que le resultaba extraño. ¡en su lecho de muerte no olvidó que su secretario no hablaba ruso!:

´Por favor, dígale a nuestros amigos…Estoy seguro…de la victoria…de la Cuarta Internacional…Adelante.´ «

Con ocasión del asesinato de León Trotsky, André Breton, destacado exponente de la corriente surrealista, coautor, junto con Diego Rivera y Trotsky del «Manifiesto por una Arte Independiente y Revolucionario», expresó de la siguiente forma el impacto de este crimen:

«Muchas veces se ha utilizado en el surrealismo la frase de Lautréamont: No bastaría toda el agua del mar para lavar una mancha de sangre intelectual; pero aquí ya no hay que ponerla en sentido figurado»

En la biografía «Vida y Muerte de León Trotsky», escrita por su camarada Victor Serge se consigna:

«Era integro de carácter en el más amplio sentido del término: no concebía discontinuidades entre la conducta y las convicciones, entre la idea y el acto (…) Su rectitud moral se vinculaba con una inteligencia objetiva, pero apasionada, siempre tensa hacia lo profundo y amplio, hacia el esfuerzo creador y el combate justo. Y era a la vez sencillo. Le ocurrió escribir al margen de un libro cuyo autor aludía a sus ansias de poder´: Otros habrán querido el poder por el poder. Yo he ignorado siempre ese sentimiento. He buscado el poder colectivo de las inteligencias y voluntades´.»

LA LUCHA CONTINÚA

El asesinato de Trotsky no obedece a una simple venganza personal de Stalin, es un acto político fríamente calculado. La muerte de Trotsky privó a la Cuarta Internacional del único dirigente sobreviviente, de la generación que resumía la experiencia y la tradición revolucionaria más valiosa del siglo, desde la lucha contra la autocracia zarista y la emigración en los círculos marxistas de Europa, pasando por la Revolución Rusa de 1905 y 1917, El Ejército Rojo y la Tercera Internacional, hasta el combate a la degeneración estalinista y la barbarie fascista.

Pero 80 años después de su asesinato, el otrora poderoso aparato estalinista que trató de borrar a sangre y fuego la memoria y las enseñanzas de Octubre del 17 y sepultar el nombre de Trotsky, cae estrepitosamente, mientras la figura de Trotsky adquiere una estatura profética ante el veredicto de la propia historia.

A partir de la caída del Muro de Berlín en 1989 y luego de un breve período de apertura económica y política (conocidas como la perestroika y el glasnot), en la antigua URSS, con Gorbachov a la cabeza, precedido por Yeltsin, los regímenes mal llamados socialistas de la ex Unión Soviética y Europa del Este, caen uno a uno, ante la movilización de las masas populares y al presión del imperialismo.

No obstante, al no existir una dirección revolucionaria que canalizara el descontento de las masas populares en esos países, las burocracias ex «comunistas», recicladas en asocio con el imperialismo, abrieron las puertas al pillaje de la economía nacionalizada y sellaron el sendero de la restauración capitalista. En otros estados como China, Cuba y Viet Nam, el control totalitario de la burocracia, que aún se autodenomina «comunista», se mantiene incólume, pero también se transita, con diversos ritmos, hacia la restauración del capitalismo y la reversión de las conquistas sociales que derivaron de sus respectivas revoluciones.

Se cumple así la previsión de Trotsky, en su sentido negativo:

«Así el régimen de la URSS encarna contradicciones terribles. Pero sigue siendo un estado obrero degenerado. Este es el diagnóstico social. El pronóstico político tiene un carácter alternativo: o bien la burocracia, convirtiéndose cada vez más en el órgano de la burguesía mundial en el estado obrero, derrocará las nuevas formas de propiedad y volverá a hundir al país en el capitalismo, o bien, la clase obrera aplastará a la burocracia y abrirá el camino del socialismo.»

Desgraciadamente, en la segunda posguerra, la Cuarta Internacional no pasó la prueba; no fue capaz de resolver el hilo rojo de la crisis de la humanidad: la crisis de dirección revolucionaria de la clase trabajadora, tal como se propuso en su fundación. La extrema debilidad de los grupos que sobreviven a la Segunda Guerra Mundial, su marginalidad, la adaptación y la presiones de parte de movimientos y aparatos burocráticos y pequeñoburgueses, llevó a una creciente disgregación en múltiples fragmentos de quienes se reclaman herederos de la tradición de la Cuarta Internacional.

Esa es la razón fundamental por la cual la burocracia estalinista terminó de arruinar los estados obreros, que de degenerados burocráticamente, entraron rápidamente en un proceso de descomposición y desmantelamiento, hacia la restauración capitalista. Este cuadro político, expresando una nueva correlación de fuerzas, llevó al movimiento obrero y popular, a escala mundial, de derrota en derrota, hasta imponer en los noventa del siglo XX, un retroceso profundo en su conciencia y organización, que llevó a los ideólogos burgueses a proclamar a viva voz la victoria definitiva e indisputada del sistema capitalista e imponer una dura contraofensiva neoliberal en todo el orbe, que condujo a la precarización, a la informalización y a la flexibilidad laboral de la clase trabajadora, al tiempo que desmanteló buena parte de las prestaciones sociales y redujo significativamente sus tasas de sindicalización.

Pero, a pesar del retroceso del sujeto político y social apto para la revolución socialista, el capitalismo, por su naturaleza crecientemente destructiva, continúa incubando y profundizando las contradicciones irreconciliables que le son inherentes, y que develara magistralmente Carlos Marx en su obra cumbre «El Capital». Las recurrentes tendencias recesivas de la economía mundial y sus efímeras recuperaciones, desde el pinchonazo de la burbuja inmobiliaria en el 2008, se acompañan con una polarización y agudización de la crisis política y social, que tiene múltiples manifestaciones. Surgen nuevas luchas obreras y populares, que pese a no contar con direcciones revolucionarias al frente, instintivamente buscan una salida a la miseria creciente, a la brutalidad y a las privaciones que impone el sistema en distintas latitudes.

En una de sus últimas obras; «En Defensa del Marxismo», Trotsky escribe las siguientes palabras que son perfectamente aplicables a nuestro tiempo:

«(…) la tarea fundamental de nuestra época no ha cambiado, por la simple razón de que no se ha resuelto (…). Los marxistas no tienen el menor derecho (si la desilusión y la fatiga no se consideran derechos) a extraer la conclusión de que el proletariado ha desaprovechado todas sus posibilidades revolucionarias y debe renunciar a todas sus aspiraciones (…). Veinticinco años en la balanza de la historia, cuando se trata de los cambios más profundos en los sistemas económicos y culturales, pesan menos que una hora en la vida de un ser humano. ¿De qué sirve el individuo que, a causa de los reveses sufridos en una hora o un día, renuncia al propósito que se ha fijado sobre la base de toda la experiencia de su vida»

En los últimos años de su vida a Trotsky le toca observar la desbandada de muchos intelectuales de izquierda, que reniegan del marxismo. El horror nazi-fascista y la amarga decepción con el estalinismo, fue el caldo de cultivo de ese estado de ánimo, que en definitiva llevó a muchos de ellos a embellecer y reconciliarse con la democracia burguesa en las metrópolis imperialistas. A propósito de este fenómeno, señala:

«Está más allá de toda discusión el hecho de que el viejo Partido Bolchevique se ha desgastado, ha degenerado y perimido. Pero la ruina de un partido histórico determinado que durante un período se apoyó en la doctrina marxista, no significa la ruina de esa doctrina. La derrota de un ejército no invalida los preceptos fundamentales de la estrategia. Que un artillero pegue lejos del blanco de ninguna manera invalida la balística, es decir, el álgebra de la artillería. Que el ejército del proletariado sufra una derrota o que su partido degenere, de ninguna manera invalida al marxismo, que es el álgebra de la revolución (…).

De todos modos, ningún revolucionario serio pensaría en utilizar como vara para medir la marcha de la historia a los intelectuales confundidos, a los estalinistas desilusionados y a los escépticos defraudados»

En realidad, en pleno siglo XXI la disyuntiva que planteó Rosa Luxemburgo: «Socialismo o Barbarie», no solo sigue vigente, sino que se ha hecho aún más acuciante y descarnada. Lejos del mecanicismo de los manuales estalinistas y sus profesiones de fe, no hay ningún designio «deus ex machina» que conducirá inevitablemente a la humanidad a algo así como el «paraíso socialista» El camino es muy escabroso. Todo depende de la dialéctica de la lucha de clases y sus resultados, todo depende de si la vanguardia obrera y popular, conscientemente, puede elevarse a sujeto social y político de su propia emancipación, como lo demostró, parcial y potencialmente, con la Revolución Rusa de Octubre de 1917.

Finalmente, es preciso destacar que el marxismo es lo más alejado a un dogma o recetario. Así como la vida y el Universo se transforman constantemente. El marxismo es una ciencia crítica y abierta, al servicio de la emancipación de la humanidad, cuyo cuerpo teórico no es otra cosa que la sistematización de la experiencia revolucionaria de las y los oprimidos en su titánico combate.

De manera que el marxismo del siglo XXI, desde luego requiere actualizarse con los nuevos fenómenos de la realidad. Es imprescindible, por ejemplo, que se nutra de los innovadores aportes de las corrientes feministas socialistas y ecosocialistas, en la medida en que el derrocamiento del capitalismo es inseparable de la liquidación del patriarcado y al mismo tiempo, se conjuga con el conflicto cada vez más alarmante que deriva de la voraz destrucción del ecosistema planetario, impuesta por el irracional sistema de lucro.

De nuestra parte, nuestro mejor homenaje a la obra y ejemplo singular de León Trotsky, es continuar su larga marcha en procura de abrir el horizonte socialista para toda la humanidad.

Por David Morera Herrera

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