El silencio favorece la contemplación externa y la mirada interior, la concentración, la reflexión y la conciencia de uno mismo. Gracias a ello, podemos desplegar nuevas ideas y conceptos, incluso nuevas experiencias; es decir, desarrollar la creatividad. Esta es la escueta síntesis del extenso y profundo artículo Silencio y creatividad, escrito por el psiquiatra Rogelio Luque y publicado el pasado mes de marzo en la revista digital Hedónica.
En él, analiza cómo ha sido valorado el silencio en Occidente desde el Renacimiento y su papel impulsor de la creación en la literatura, la música, la pintura, la arquitectura, además de contemplarlo en la filosofía y en la mística. Tras leerlo, y mientras medito sobre el texto, no puedo evitar preguntarme: «Entonces, ¿por qué buscando el silencio solo encuentro ruido?».
No me refiero solo al ruido ambiental, a los sonidos de la calle, los estentóreos tubos de escape, las fiestas con altavoces que superan con mucho los decibelios permitidos o las voces de la gente que se alzan sobre los otros ruidos intentando hacerse oír. Incluso en entornos más solemnes como el Congreso, donde la comunicación debería ser la piedra angular en la que llegar a acuerdos para el bien común, a menudo el diálogo entre los diputados se convierte en una batalla de gritos e insultos acompasados a silbidos y patadas con el único fin de sepultar la voz del otro e impedir que sea escuchada.
También hablo del ruido insonoro (perdonen el oxímoron, cuando me enfado me salen estas cosas) de las redes sociales, de las plataformas digitales que ¿todos? consumimos porque es tan difícil sustraerse a ellas mientras nos inundan de estímulos indeseados, de información insustancial o anuncios sustancialmente dirigidos tras búsquedas anteriores, y así nos convertimos, como dice Byun-Chul Han, en un enjambre digital de individuos aislados inmersos en un ruido constante que nos aturde. Además, dado que la psicología nos dice que el silencio favorece nuestro desarrollo y equilibrio mental, me asalta otra pregunta: «El ruido provocará en nosotros lo contrario al silencio?». Algunos estudios relacionan el ruido ambiental de las grandes ciudades con un enlentecimiento de la regeneración neuronal, y la neuropsicología detecta, entre otros efectos, que la sobrecarga de información sensorial disminuye la atención. Y si disminuye la atención también afectará a otras funciones mentales necesarias para organizarnos en la vida y desarrollar esa creatividad tan deseable.
Por suerte, vislumbro algún rayo de esperanza. En Madrid, la protesta vecinal ha conseguido frenar el gran y ruidoso negocio de los conciertos que se organizaban en un estadio de fútbol. No solo sorprende su eficacia, también muestra que los vecinos han sido capaces de salir de ese ensimismamiento individual en el que estamos sumidos.
Por otro lado, hay constancia de que se está produciendo una lenta y persistente fuga de las redes sociales por parte de personas que las habían consumido incluso durante muchos años. Las causas serían múltiples y no siempre las mismas, como el exceso de estímulos y la visibilidad constante, la progresiva subordinación a estar presente y a depender del efecto que provoca tu exposición, la colonización de la atención, del tiempo… y podríamos seguir.
Lo cierto es que se detecta un cansancio detrás de la desconexión digital, una necesidad de huir del ruido de las redes y recuperar el control de nuestra vida y la responsabilidad de nuestras decisiones porque, como expresa José Felipe Salguero en su podcast Café Kyoto: «¿Cómo se vive el silencio en una época donde todo nos exige ser comunicado?».
*Psiquiatra