Familias de enfermos mentales graves sin tratar reclaman ayuda: «A veces es tu vida o la suya, pero aguantas porque les quieres»

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Es pedagoga jubilada y no tiene reparos en contar los horrores que ha vivido a raíz de las enfermedades mentales y las adicciones de sus hijos que, a día de hoy, siguen sin ser tratadas. «Si no lo contamos es como si no ocurriera», dice. Sin embargo, pide anonimato. «No quiero que lo lean y se enfaden». El caso de esta mujer ilustra al detalle los daños colaterales que sufren las familias que conviven con personas enfermas que se resisten al tratamiento y tienen conductas violentas. Casos que ni el sistema sanitario ni social es capaz de resolver. «Leí sobre el matricidio de Torelló y pensé que podría ser yo. Cuando llegan a casa colocados, con esa agresividad… Son como depredadores. Podría pasar«. Tiene guardados en la retina otros casos similares ocurridos en Cataluña. «El problema es que estamos solos, nadie quiere ayudar a nuestros hijos, tienes que apañártelas como puedas».

A principios de los 90, esta mujer y su marido adoptaron a un niño recién nacido al que su madre había rechazado al nacer y vivía en condiciones deplorables. Años más tarde, hicieron el mismo proceso con una niña hija de una mujer que sufría alcoholismo. «El niño ya manifestó sintomatología de pequeño. La niña, en cambio, era muy inteligente y lo lograba todo», recuerda la madre. Fue en la adolescencia cuando se destapó el problema. Hoy ambos sufren patología dual: trastornos de salud mental combinados con adicción, con lo que la gravedad del trastorno se acentúa.

Él, con un trastorno de déficit de atención, empezó a fumar marihuana. En Bachillerato el absentismo era constante. «Se pasaba el día en la calle fumando porros, no hacía nada. Solo volvía a casa para dormir. Tú le ponías normas y no las cumplía«. Allí ya empezó la agresividad. Golpes, destrozos y robos. La familia lo ingresó en una comunidad terapéutica privada en la que permaneció cuatro años. «Salió y todo volvió a ser lo mismo». La familia le pagó un alquiler para que pudiera vivir solo. «Aquello era un piso patera: empezó con la cocaína, a robar a otras personas… Desde entonces ha tenido una vida muy degradada. Ha vivido en la calle, en pisos ocupados y ha tenido varios intentos de suicidio».

Protegerse en el garaje

La chica, en cambio, optaba por encerrarse. Fue diagnosticada de un trastorno del espectro autista pero siguió estudiando. Hasta que con 18 fue víctima de una agresión sexual que la familia ha descubierto ahora. «Eso fue el detonante de su alcoholismo. Y desde entonces jamás se ha dejado ayudar». La chica ha vivido en pareja y ha trabajado en entornos escolares, pero siempre acaba sucediendo algo. Durante estos años, aunque los hijos vivieran fuera de casa, siempre regresaban y estas visitas acababan en robos, destrozos o agresiones. «Vivimos en una casa y, aunque no les abramos la puerta, entran igualmente, rompen ventanas, destrozan vallas, hacen lo que haga falta para entrar». En varias ocasiones los padres se han resguardado en el garaje para protegerse.

Durante estos años, la familia ha vivido auténticos episodios de terror. «Nos han tirado platos a la cara, han roto electrodomésticos… Lo más bestia que recuerdo es cuando los dos me persiguieron con un cuchillo«. Al final, hace cuatro años, la mujer denunció a su hijo, quien ahora está en la cárcel. «A veces piensas que es tu vida o la suya, pero al final aguantas lo que sea, asumes el riesgo porque les quieres, porque quieres ayudarles». Hoy tienen 30 y 34 años, respectivamente.

Más de 10 ingresos involuntarios al año

La chica, en cambio, volvió a casa de los padres en 2020. Los episodios violentos no han cesado. «Es muy duro, pero ella no está bien». La chica también ha sido diagnosticada con el síndrome de Wernicke-Korsakoff, que le provoca largas amnesias. En este tiempo ha ingresado más de 40 veces en un psiquiátrico de forma involuntaria. «Es como el día de la marmota, no cambia nada». La madre, sin embargo, asegura que a su hija no la denunciará. De hecho, hace un año que intentan ingresarla en un centro terapéutico a través de un procedimiento judicial.

Esta pareja lo ha intentado todo. Sin éxito. La mujer, para entender lo que estaba ocurriendo, estudió varios postgrados en neurología y psicología. «El problema es que no tienen acceso a ningún recurso, nadie nos ha dado puna solución. Y como no se les trata como a cualquier otra enfermedad, terminan matando a quien más quieren». ¿El futuro? «No quiero pensar en ello, es algo que me tortura. Me centro en el día a día».

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