Por Pedro Jorge Solans
Palabra urgente para un sueño que voló. El amor es lo que sangra. Nadie es perfecto en la oscuridad de las calles. Llegué a la casa del mejor escultor que conocí para esculpir el sueño de mis pasos por las ciudades socorronas, la Madrid desvanecida, con los mercados para locuras de turistas y la Buenos Aires, de pesares y nostalgias. Creí que el cielo estaba cerca, no me importaba mucho el pasado tortuoso y no me di cuenta o no quise ver lo que quedaba atrás. «Hice lo que pude». No quería ver más tristeza en esos ojos ni que el clonazepán siga dumiendo las secuelas de historias aberrantes.
Pero el escultor habia muerto. No podía creer, tan tarde llegué, dónde estuve, quién me quitó el tiempo para poder aclarar con el amanecer, para entender lo que nadie pudo enseñarme, ni el engaño, ni las pérdidas, ni el latigazo del odio, ni la desconfianza de la mentira.
Descendiendo para ver Madrid desde abajo
Tarde, me dijo una mujer, ¿murió? —le pregunté. No pude decirle que venia a esculpir una mujer maravillosa que había volado después que me ayudara a vivir en la orfandad de todos los tiempos. Esa, sí, la que te golpea en soledad y te vulnera lo que vos diste por sentado que era una caja de seguridad.
Me quedó la traición en el dedo acusador:
—Vos fuiste.
Y, yo, ya sin fuerzas, sin duelos creíbles, a destiempos, apenas puedo enumerar lo sucedido, mostrar cicatrices sin valores, sin razones, con el corazón herido o no, ya no importa, a cielo abierto. sin respuestas, sin latidos, sin aliento que sentir ante la pérdida difinitiva. Sin embargo, aún hay un grito gritando:
—Te:elegí a vos, sin esperar nada. —no quise comprar nada, no quise canjear nada. No me importó si me amaba, quería solo morir en paz los años del universo. Pero el escultor murió antes de tiempo y el sueño voló.