Los buenos agarres

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‘No guardar nada’ es el libro póstumo de James Salter. En él se recogen crónicas, reflexiones artísticas, perfiles sobre autores, como Vladimir Nabokov o Graham Greene, y piezas publicadas en revistas y periódicos. En una de las páginas, uno de los protagonistas debe enfrentarse a la escalada de una roca completamente vertical. «La verticalidad, por sí sola, no es lo que hace difícil un ascenso», dice uno. «Entonces, ¿qué es?», dice el otro. «La falta de buenos agarres». Una expresión perfecta para describir la vida misma. James Salter es grande.

En el ámbito político, llevo tiempo preguntándome si Pedro Sánchez tiene dónde agarrarse. Cierto que se enfrenta a una pendiente pronunciada, a vientos racheados que le vienen de por todos lados y a ciudadanos que, como en la escena de la lapidación en ‘La vida de Brian’, tienen ganas de lanzarle piedras, pero parece que cualquier hendidura o gancho a los que aferrarse para hacer más ligero su camino, como la coherencia, la humildad o la ética, van cayendo por su propio peso.

En el ámbito de las cosas que importan de verdad, el neurocientífico Mariano Sigman ha publicado, junto al escritor y amigo Jacobo Bergareche, un ensayo sobre la amistad. Sigman habla de ese valor como uno de nuestros grandes refugios. La amistad nos ayuda a avanzar, a conectar, a forjar nuestra identidad, a divertirnos, a sentirnos vivos, a desarrollar partes de nosotros que seríamos incapaces de desarrollar si no lo hiciéramos con nuestros colegas. La amistad mejora nuestra salud cerebral y emocional. Escucho a mis hijos adolescentes charlar con sus bros hasta bien entrada la madrugada. Carcajean, hablan sobre todo y sobre nada. Se reconocen los unos en los otros, planean viajes y comparten ilusiones. Los amigos. Otro agarre imprescindible.

El espacio que acoge estas palabras semana tras semana se llama ‘La suerte de besar’. La idea fue de mi amigo Fernando quien, tras leer una entrevista a Diana Keaton, me sugirió el nombre. La actriz hablaba de la importancia de querer y de sentirse querida. Tener la oportunidad de mostrar afecto, de besar y de ser besado, no sólo por tu pareja, que también, sino por tus padres, por tus hijos, compañeros, abuelos o hermanos significa que no estamos solos y eso sí que es un pedazo agarre. Bienvenidos sean los besos. Y cuanto más generosos, mejor.

La estética, el orden y la belleza. No en el sentido elitista, del bótox y de la eterna juventud, sino en el sentido más esencial. Un espacio luminoso, cálido y cuidado. Una mesa bien puesta, un plato de comida, un paisaje verde, una playa, una obra de arte, una fotografía, una escultura, un edificio o una iglesia. Las cosas bonitas alegran la vista. La música alegra el corazón. Cantar o tararear. Escuchar a quien sea que te hace feliz es un buen asidero. Da igual si es Bach, The Cure, Mozart, Madonna o Bad Bunny. Hay un algo interior que se ensancha cuando conectas con un ritmo. Hay que aferrarse bien a ese algo. Igual que hay agarrarse como lapas a los libros y sumergirse en palabras e historias. Las letras son grandes aliadas para sujetarnos ante las pendientes.

Caminar, saltar o pedalear. Nada mejor que el movimiento para enfrentarse a la verticalidad de la vida. Ojalá haberlo aprendido antes .

*Periodista

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