Hoy, domingo, las eucaristías nos ofrecen en la liturgia de la Palabra una de las parábolas más hermosas del Evangelio: la del buen samaritano. Cuando un doctor de la ley le pregunta a Jesús «quién es su prójimo», el Maestro le responde con la historia de un samaritano que encuentra en el camino a un hombre atracado y golpeado por los salteadores y lo toma bajo su cuidado. Sabemos que los judíos trataban a los samaritanos con desprecio, considerándolos extraños al pueblo judío. Por lo tanto, no es una coincidencia que Jesús eligiera a un samaritano como personaje positivo de la parábola. De esta manera, quiere superar los prejuicios, mostrando que incluso un extranjero, incluso uno que no conoce al verdadero Dios y no va a su templo, puede comportarse según su voluntad, sintiendo compasión por su hermano necesitado y ayudándolo con todos los medios a su alcance. Por ese mismo camino, antes del samaritano ya habían pasado un sacerdote y un levita, es decir, personas dedicadas al culto de Dios. Pero, al ver al pobre hombre en el suelo, habían proseguido su camino sin detenerse, probablemente para no contaminarse con su sangre. Habían antepuesto una norma humana -no contaminarse con sangre-, vinculada con el culto, al gran mandamiento de Dios, que ante todo quiere misericordia. Jesús, por lo tanto, propone al samaritano como modelo, ¡precisamente uno que no tenía fe! Jesús eligió como modelo a quien no era un hombre de fe. Y este hombre, amando a su hermano como a sí mismo, muestra que ama a Dios con todo su corazón y con todas sus fuerzas -¡el Dios que no conocía!-, y al mismo tiempo expresa verdadera religiosidad y plena humanidad. Después de contar esta hermosa parábola, Jesús se vuelve hacia el doctor de la ley que le había preguntado: «¿Quién es mi prójimo?», y le dice: «¿Quién de estos te parece que «fue prójimo» del que cayó en manos de los salteadores?». El doctor de la ley respondió: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo». Esta es la clave para vivir un auténtico cristianismo: ser capaz de tener compasión. El papa Francisco, comentando esta parábola, nos decía: «Si no sientes compasión ante una persona necesitada, si tu corazón no se mueve, entonces algo está mal. Ten cuidado, tengamos cuidado. No nos dejemos llevar por la insensibilidad egoísta. Jesús mismo es la compasión». El samaritano supo ver más allá de las apariencias, se dejó conmover ante la presencia de un hombre malherido y reaccionó dando de sí todo lo que tenía a su alcance. El mundo de hoy necesita buenos samaritanos que descubran a tantas personas heridas, abandonadas, necesitadas, rotas por el sufrimiento y anhelantes de una ayuda urgente y necesaria. No es cuestión de fe, sino de compasión. El buen samaritano es el mismo Jesús, que no pasa de largo ante la necesidad de los últimos, que no teme a los bandidos agazapados, que se ensucia para socorrer, que da de lo suyo para apoyar a un desconocido. Estamos llamados a hacer lo mismo, a tener un corazón como el suyo, que se deja tocar por la realidad sufriente.
El papa León XIV está oficialmente de vacaciones, trasladándose desde el Vaticano a la localidad italiana de Castel Gandolfo, según sus palabras, «para tomar un tiempo de descanso, y espero que también ustedes puedan disfrutar de unas vacaciones para recuperarse en cuerpo y espíritu».
El Papa agustino volvió a lanzar un grito a favor de la paz, como deseo de todos los pueblos: «Espero que los gobernantes puedan sustituir la violencia por la búsqueda del diálogo. La Iglesia y el mundo necesitan obreros deseosos de trabajar en el campo de la misión, discípulos enamorados, en vez de cristianos de ocasión». Como melodía de fondo, los versos de Martín Descalzo: «No tendré que saltar sobre el vacío / para llegar al borde de tus manos / o poner en tu pecho mi cabeza. / Más dentro estás de mí que lo más mío. / Conozco más tu voz que a mis hermanos. / Que es más cierta tu fe que la certeza».
*Sacerdote y periodissta