La España de Ana Belén alza la voz: reconquista Madrid con una tormenta de clásicos inmortales

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Apareció impoluta, algo tímida. De blanco, con la mirada puesta en el público. Como si buscara a su acompañante, Ana Belén se plantó sobre el escenario. Estaba a punto de arrancar una cita que, por su forma de cantar, así como su manera de mirar, bien podría haber sido una cena romántica. A la luz de las velas, con silencios profundos. Nadie domina el medio como ella, siempre atenta a los pequeños detalles. Habló de amor, infancia y ternura mientras, con sosiego, previa tromba de agua, realizaba un ejercicio vocal sublime. Recorrió su carrera frente a un Noches del Botánico embelesado hasta las trancas. Es lo que tiene poner pasión a la vida: te vuelve magnético. Como ella. 

“Es emocionante volver a reencontrarnos tras las tormentas. Os agradezco mucho que estéis aquí. La lluvia ya nos ha refrescado, espero que los paséis bien”, dijo al tiempo que desmenuzaba un repertorio histórico, salpicado de éxitos populares. Una España pasada que suena actual. Aquella que, así pasen 52 años, cuando debutó con Tierra, pervive en el imaginario gracias a sus canciones. Se adentró en Sólo le pido a Dios, Yo también nací en el 53, Yo vengo a ofrecer mi corazón y Desde mi libertad de una tacada. Fue directa a la memoria y, claro, en tiempos de desmemoria, sus letras resultaron clarificadoras. Sobre todo, ojo, cuando ella misma ha revivido la censura política recientemente.  

Ana Belén desmenuzó su carrera en el concierto que ofreció en Madrid. / RICARDO RUBIO

A sus 74 primaveras, tras seis temporadas apartada de las tablas, la artista demostró estar en plena forma. Está presentando su último álbum, Vengo con los ojos nuevos, el vigésimo segundo, pero no dejó pasar la oportunidad de revisitar aquellos títulos que la encumbraron. Con el ojo puesto en ellos, no dudó en invocar a Joaquín Sabina (Peces de la ciudad), José María Cano (Lía) y Alaska (Cómo pudiste hacerme esto a mí). Temas que, con su inconfundible sello, bien ejecutados, reenamoraron a la masa. En parte gracias a una banda de seis músicos que la arroparon con suma elegancia, rejuveneciendo un cancionero inmortal. 

Ana Belén bailó, conversó, escuchó. Incluso se tomó su tiempo para explicar algunos de los cortes que interpretó anoche. Se mostró cercana, poniendo en valor la música que tantas alegrías le ha dado. “Qué gusto estar aquí, en mi pueblo. Hubiera preferido una noche más agradable porque sois monísimos”, comentó bajo un aguacero intermitente que refrescó la velada. Siempre actriz, teatralizó con gusto ciertos pasajes. No chirriaron, al contrario: dieron al concierto la chispa que necesitaba. El éxtasis se desató con Derroche y Agapimú, las más coreadas: con el gallinero de pie, al unísono, confirmó estar más viva que nunca. No le hicieron falta grandes alardes técnicos para alcanzar la gloria. 

Cruda y cálida

Con motivo de su último lanzamiento, presentó las canciones más representativas de esta nueva etapa: desde la solemne Que no hablen en mi nombre hasta la peliculera Cinecittá. Fueron, quizá, los momentos de menor intensidad, pero necesarios para dosificar tanto himno. Ahora bien, pese a ser poco conocidas, el aforo se mantuvo respetuoso con su selección: las recibió a conciencia, sabiendo que en el futuro algunas se convertirán en esenciales. Con su particular narrativa, sonriente y simpática, Ana Belén saltó del soul al rock con naturalidad, avivando una mecha que se mantuvo encendida hasta el final. 

Ana Belén llevaba seis años apartada de los escenarios. / RICARDO RUBIO

Una gran ovación tuvo lugar al acabar El hombre del piano, la versión del clásico de Billy Joel que se ha convertido en una de sus insignias. Cuesta imaginarla en otra garganta que no sea la suya, siempre cruda, siempre cálida. De ahí que despierte tantas emociones cada vez que la toca, parece hecha para ella. Reservó para el final una traca explosiva con La puerta de Alcalá y Balancé. Entonces, como si de una misa góspel se tratara, curioso, la masa se levantó para elevar a su mesías: santísima Ana. No debería tener otro nombre.

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